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Bernardo Gaviño Rueda, nació en Puerto Real 20 de agosto de 1812 hijo de José y María de las Nieves Rueda, siendo bautizado en la Iglesia Prioral de San Sebastián, según consta en su libro de Bautismos número 322, folio 282. Murió en la Ciudad de México el día 11 de febrero de 1886. Era pariente, aunque lejano, de Juan León “Leoncillo”, de quien recibió las primeras lecciones en el Matadero de Sevilla. Luego trabajó a las órdenes del matador de toros Bartolomé Ximénez y del novillero Francisco Benítez Sayol, estoqueando toros en varias ocasiones. Toreó en plaza menores en España hasta que convencido por el matador mexicano Manolo Bravo se fue a México hacia 1835 donde tenía contratos, y en América hizo toda su carrera. Nunca tomó la alternativa en España.
Ya en México, su labor en pro de los festejos taurinos no
tuvo paragón entre los benefactores de la tauromaquia: preocupado por los
jóvenes que abrazaban el sueño de convertirse en figuras del toreo, ejerció el
magisterio como diestro que era en el Arte de Cuchares, y formó varias
cuadrillas de aprendices. También llamado “El Coloso Gaditano”. En México gozó
del título de maestro y formó a muchos toreros y cuadrillas.
Su afición, de tan poderosa como se había mostrado en él
desde su más tiernas infancia no solo decayó con el paso erosivo de los años,
sino que fue consolidándose y fortaleciéndose hasta permitirle que asiera los
trastos de lidiar y matar cuando ya había rebasado con creces los setenta años
de edad.
Pero quiso su desgracia que el día 31 de enero de 1886,
cuando Bernardo Gaviño contaba ya con más de setenta y tres años, un toro
perteneciente al hierro de Ayala lo cornease en la región glútea sobre las
arenas del coso de Texcoco. Aunque menguado de facultades que su vejez le
hurtaba, el diestro gaditano se recobró del percance y, por su propio pie,
llegó grave y dignamente hasta las dependencias sanitarias de la plaza; pero
parece ser que allí no supieron aplicarle las curas que el alcance de su mal
requería, puesto que, a los pocos días de la cogida, el 11 de febrero
siguiente, la infección que se propagaba desde su fea herida puso un fatal e
insoslayable desenlace.
Prácticamente estaba en la miseria, por lo que aceptó un
contrato en el que se le pagaban honorarios equivalentes a 30 dólares de la
época, los mismos que aceptó. Según los datos recogidos(1) de aquella triste
jornada quedan estos testimonios:
PLAZA DE TOROS DE TEXCOCO, EDO. DE MÉXICO. 31 de enero. Toros de Ayala.
Bernardo Gaviño, Francisco Gómez “Chiclanero” y José de la Luz Gavidia. El
gaditano fue herido por el tercer toro CHICHARRÓN de nombre.
El periódico EL SIGLO XIX reporta la noticia de la siguiente
manera: El Capitán Bernardo Gaviño fue herido por el tercer toro y parece que
de gravedad; igualmente lo fue un torero en el momento de clavar unas
banderillas, quien probablemente perderá el brazo que le hizo pedazos el
animal; y por último, una mujer cuyo nombre se desconoce, quien recibió una
ligera cornada también en el momento de banderillar. El toro “Chicharrón” fue
despachado “a la difuntería por el intrépido torero Carlos Sánchez”. Bernardo
murió a las nueve y media de la noche del jueves 11 de febrero.
Existe este corrido dedicado a Bernardo Gaviño, cuyo rescate
se debe al trabajo del notable investigador Vicente T. Mendoza, que
publica en: El romance español y el corrido mexicano.
CORRIDO DE BERNARDO GAVIÑO.
Bernardo Gaviño, el diestro
Que tanto furor causó
En la plaza de Texcoco
Lidiando un toro murió.
Su valor no lo libró
De suerte tan desgraciada,
Y aunque tenía bien sentada
Su fama como torero,
Un toro prieto matrero
Lo mató de una cornada.
Fue del pueblo mexicano
El torero consentido,
Y él fue el que le dio a Ponciano
La fama que ha merecido,
Siempre se miró aplaudido,
Pues con su gracia y valor
Supo granjearse el favor
Del pueblo más exigente,
Que vio en Bernardo al valiente
Y sereno toreador.
¿Quién se lo había de decir
después de tanto lidiar,
que un toro de escasa ley
al fin lo había de matar?
Y quien no ha de recordar
Con el placer más sincero
Al simpático torero
Que, sin mostrarse cobarde,
Hacía de valor alarde
Como matador certero
Pero un torito de Ayala
La carrera le cortó,
Y en la plaza de Texcoco
Don Bernardo falleció;
Todo México sintió
La muerte de este torero,
Que en el país fue el primero
Por su arrojo y su valor,
Conquistándose el favor
De todo el público entero.
Imagen del semanario mejicano El Arte de
la Lidia del 28 de febrero de 1886.